sábado, 22 de octubre de 2011

Soledad Real

Su historia es la de muchas otras mujeres que defendieron la Democracia desde la retaguardia de la Guerra Civil española. Le costó 16 años de prisión durante el franquismo. Tuvo un papel protagonista en el Movimiento Democrático de Mujeres. 


España 1917 – 2007. Miembro de las Juventudes Comunistas, participó en las labores de cuidado y acogida a los refugiados de la Revolución de Octubre en Asturias. Durante la Guerra Civil española se ocupó de la acogida de los niños huérfanos en familias y del suministro de pan en la ciudad de Barcelona. Encarcelada durante 16 años por el régimen franquista. Tuvo una participación activa en el movimiento vecinal y asociativo a través del Movimiento Democrático de Mujeres y de la Asociación de las Mujeres del Barrio del Lucero.
Soledad Real nació en el barrió obrero de la Barceloneta, el mismo año de la huelga general en España en la que su padre, obrero metalúrgico, participaba. En casa es necesario el dinero para comer y a los siete años tiene que abandonar el colegio para empezar a coser a domicilio.
La proclamación de la II República abre un nuevo horizonte, el debate que mantiene en las Cortes Clara Campoamor para conseguir el voto para las mujeres no pasa desapercibido. Soledad ingresa en el club cultural y deportivo de su barrio y en las Juventudes Comunistas. En 1934 comienza su formación en la escuela de cuadros Lina Odena.
En julio de 1936 los militares fascistas dan un golpe de Estado y comienza la Guerra Civil española. Soledad Real ya tiene 19 años y sabe lo que quiere: continuar ganándose el pan, el cuidado y defensa de los más desfavorecidos y seguir con sus estudios. Ella no quería la guerra, quería que la dejaran vivir en paz.
Participa intensamente en la retaguardia, en su barrio, organizando el suministro del pan. Colabora también en la reestructuración de los transportes públicos que habían dejado paralizada la ciudad. La acogida y colocación en familias de los niños huérfanos es otra de sus labores durante los tres años que duró la guerra.
En 1941 es detenida y tras veintiocho días de torturas ingresa en la cárcel de mujeres de Les Corts. En 1944 un tribunal militar la juzga y es condenada a treinta años de cárcel por un delito contra la seguridad del Estado. Haber pertenecido a las Juventudes Comunistas es su pecado. En 1957, tras dieciséis años de su vida en la cárcel, queda en libertad condicional con prohibición expresa de volver a Barcelona. Empieza entonces a militar en Asociaciones de Amas de Casa, donde continuará su trabajo, creando en 1980 el Centro Cultural de Mujeres del Lucero de Madrid, una antigua reivindicación de las mujeres del barrio.
La historia de Soledad Real es la historia de muchas mujeres que defendieron sus ideales en la retaguardia de una guerra. Mientras ellos hacían la muerte defendiendo a la República en las trincheras, ellas cuidaban la vida defendiendo a la República en la retaguardia, sosteniendo la vida de sus compañeros encarcelados o manteniendo vivos a sus hijos sorteando la pobreza.
Esas mujeres montaña ocultando a los maquis en los más profundos bosques con su cuerpo. O escondiendo a los desertores que, como ellas, no querían matar ni morir. A quienes estaban en peligro de cárcel o muerte o a la buena gente que huía de un pueblo o de otro (de un bando o de otro) los escondían en sus propias casas. Y compartían con ellos el pan y la sal. Ellas no guardaron silencio. Soledad, como tantas otras, no era víctima escondida sino que pasó a la acción, se puso en juego y se la jugó.
Por este trabajo haciendo paz en la retaguardia, mujeres republicanas abarrotaron las cárceles franquistas y otras murieron fusiladas. Para rescatar estas historias olvidadas, tratando de reparar tanta injusticia y con el deseo de conocerlas y darlas a conocer para poder aprender de ellas, en 1996, la Librería de Mujeres a la que pertenezco, decidió organizar una fiesta-homenaje. Se logró reunir a 200 mujeres comunistas, anarquistas, socialistas que llegaron de todos los rincones de España para recibir un primer homenaje. Las filiaciones y pertenencias quedaron en un lugar secundario; todas estaban allí como mujeres que se habían entregado a una creencia que iba más allá de las ideas o ideologías: defender la libertad y la vida.
Sole fue una de las mujeres que a partir de entonces empezó a frecuentar la librería. Aparecía por allí y se sentaba con nosotras en la mesa camilla donde trabajamos, iba desgranando sus recuerdos, sus pensamientos, sus convicciones. Mientras la escuchábamos fascinadas, ella nos contaba los primeros meses de la guerra en Barcelona, cómo las mujeres tomaron las riendas porque sus hombres estaban en el frente y organizaron el reparto del pan para que llegara a todas y todos y nadie acaparase. La toma de los autobuses para que la ciudad no quedara paralizada, la reorganización en los barrios de las escuelas, la acogida de familias que llegaban huyendo de las masacres. La huida al acercarse el final de la guerra y la entrada de los fascistas en Barcelona. Cómo organizaron la salida de los dirigentes grandes o pequeños y de sus familias, después de ella. La traición de los franceses que, como muchos de los Gobiernos europeos, rechazaron a los refugiados y les obligaron a volver a España. La detención, la tortura, los largos años de cárcel, marcados por la dureza, y la crueldad pero también por la solidaridad y el compañerismo entre las presas.
Sole aprendió a ser libre volcándose en la defensa de otros y otras. Si la tortura en la cárcel humillaba su más íntimo ser, supo encontrar en la relación con las otras encarceladas y doloridas la complicidad para poder sobrevivir juntas. Y al salir de la cárcel después de tantos años, la militancia activa y su Grupo de Mujeres del Barrio Lucero. Y leer, estudiar, aprender lo nuevo, lo inesperado. Tomar conciencia de que no hay paz verdadera mientras la violencia no desaparezca de las costumbres, mientras la violencia siga acosando a las mujeres. Y así fue tejiendo su nuevo pensamiento feminista y solidario.
Sole fue acusada tantas veces a lo largo de su vida de ser rebelde, comunista, pobre o roja, que aunque trataban de insultarla, ella se enorgullecía, convencida cada día más de que estaba en el lado justo. Tan sólo lamentó y le dolió profundamente la acusación de los hombres de su partido de ser feminista y defender a las mujeres.
Las conversaciones con Soledad Real en la librería se convirtieron en momentos únicos, que nos conmovían el corazón. Todas nos quedábamos calladas y la escuchábamos con atención hablar de la lucha de clases y de la lucha de las mujeres; del silencio de ellas que, sin dejar de hacer, se la jugaban por la justicia; el amor a los que parecen menos y que son más.
Todavía, alguna noche de insomnio llena de miedo y desesperanza, oigo sus voces femeninas y cascadas por la edad cantar entusiasmadas el Himno de Riego. Oigo la voz de Soledad Real fuerte e intensa, y a la vez llena de delicadeza, que llega hasta mí desde muy lejos, llena de conocimientos antiguos y nuevos, y todavía empeñada en pedir lo que puede parecer imposible, la paz y la justicia en el mundo. Y, reconfortada, renace en mí la esperanza.

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